Cuando llegué a casa
después de haber quedado para comer con unos amigos me encontré a mi madre, una
atractiva cincuentona, colgada de la viga de acero de la cocina. Allí estaba
ella tendida, inerte y con los ojos cerrados. El absurdo escenario me paralizó
por un segundo pero no me escandalizó, así es mi madre.
"¿Qué haces?" Le
pregunté.
Bajó de un saltito
exhalando esfuerzo.
"El Sueco me ha dicho
que tengo que estirar todo mi cuerpo y una buena forma es colgándome de esta
viga."
El Sueco se llama Jörgen y
es fisioterapeuta. Se lo presentó mi padre a mi madre para que le diese un
masaje sueco después de llevar semanas quejándose de dolores en la espalda y las cervicales.
"Creo que te estás
esforzando demasiado mamá. No eres una niña y los gritos del otro día no creo
que fuesen de goce precisamente." Me pareció que era el comentario más
oportuno y sincero conociendo cómo es mi madre.
"Es un poco doloroso
pero yo estoy de maravilla."
"Sí, ya veo. Estás un
poco rara."
Y es que hace un par de
días salí de mi cuarto alertado por los gritos de mi madre mientras Jörgen le
hacía el masaje. Cuando llegué al comedor me la encontré semidesnuda y tumbada
bocabajo sobre la mesa. Ese mastodonte vikingo estaba encima de ella dándole un
enérgico masaje que más bien parecía que la estuviese moliendo a golpes y
sacudidas. Yo no comenté nada pero mi padre sí que se me acercó ese día.
"Ya verás lo
relajadita que va a estar estos días." Me dijo, aunque no logré deducir si
lo hizo con tono burlesco o realmente estaba feliz por ella. Quizá fuese una
mezcla de ambas sensaciones.
Volviendo al momento de la viga
en la cocina le pregunté si volvería a verlo otra vez aunque ya sabía la
respuesta.
"Le llamé para que
viniese esta noche."
"Pues, ¡genial!"
Eso sí había sido sarcasmo por mi parte.
Quería estar presente
cuando llegase Jörgen. Tenía cierta curiosidad por saber como se comportaba mi
madre con él y de qué hablarían, al fin y al cabo, no había visto a mi madre
tan ilusionada desde que dejó las clases de sevillanas. Quizá se estuviese dando
cuenta de lo positivo que fue ir a esas clases y de los dolores de espalda que
le produjeron. Así que pensé que cuando se acercase la hora me sentaría en el sofá del
salón-comedor fingiendo estar leyendo un libro.
Cuando llegó Jörgen mi
madre le contó entusiasmada su experiencia con la viga. Jörgen es de esa clase de maduritos atractivos e interesantes que seducen sin querer a cualquier persona que se les cruce, y mi madre es de esa clase de maduritas ingenuas que pican. Pero este superhombre, en
cambio, parecía algo incómodo y no dejaba de mirar hacia todos lados en la
cocina.
"No me gusta la
energía que se desprende en esta habitación." Le comentó Jörgen a mi madre
con pesadez y perturbación.
"¿Qué
habitación?" Le preguntó desorientada.
"Aquí en la
cocina."
"A mí la verdad que
tampoco me gusta esta parte de la casa, me agobia y me da dolor de
cabeza."
"Me puedo imaginar.
Venga vamos a darte ese masaje."
Lo que le da dolor de
cabeza a mi madre es ponerse a cocinar, es una completa inepta.
Después de un gran número
de gritos de tortura ya era yo al que le empezaba a doler la cabeza, de hecho,
hasta me era vergonzoso pensar que los vecinos la pudiesen estar escuchando
gritar así. No aguantaba más ese calvario así que me levanté con decisión a
largarme, pero no pude evitar estremecerme cuando Jörgen le estrujaba la
espalda a mi madre. El exceso de piel que producía el estar amasándole su
espalda en forma de espiral le tuvo que doler como nunca. Y fue cuando vino el gran
grito. Retumbó toda la casa, o al menos a mí me lo pareció aunque he de admitir
que tampoco había sido tan exagerado como para que se cayese uno de los cuadros
que colgaba a pocos metros de ella.
Por fin todo llegó a la
calma después de ese gran grito, y la sesión de masaje sueco había terminado.
Mi madre, que seguía semidesnuda tumbada encima de la mesa, se recomponía
lentamente del suplicio que acaba de soportar. Era incapaz de formular palabra
alguna, así que permaneció un rato en silencio. En cambio Jörgen, seguía
preocupado y mientras se lavaba las manos en la pila y miraba fijamente el
reloj de la cocina, parecía dispuesto a querer decir algo comprometido. Así que
a juzgar por su expresión le pregunté qué le pasaba.
"¿No funciona ese
reloj?" Me preguntó señalándolo con sus manos aún mojadas.
"No, hace ya tiempo
que está parado." Le contesté. "De hecho, no es el primero que deja
de funcionar a mí incluso se me han parado mis relojes de pulsera."
"¿Y siempre aquí en la
cocina?" Preguntó extrañado.
Yo no sabía a donde quería
llegar con lo del reloj, pensaba que estaba más loco de lo que creía en un
principio.
"Sí." Le dije
rotundamente y para mi asombro me dijo algo que me confirmó que estaba loco de
remate.
"Aquí hay una puerta
abierta."
"¿Cómo que una puerta
abierta?" Mi cara de pato en ese instante ya era una realidad, y todo el
contexto de alrededor, un surrealismo - un hombre grande y oscuro, aunque
físicamente fuese rubio y blanco como la leche, hablándome sobre cosas que yo
no entendía, y mi madre desnuda sobre la mesa del comedor exhausta y derrotada.
"En la cocina yo
presiento malas energías, o digamos que energías extrañas, es un lugar donde no
me siento cómodo y deduzco que hay una puerta abierta hacia el otro lado, el de
los espíritus."
¡Total! Así era como me
sentía yo en ese momento.
"¿Recordáis si alguien
hizo alguna vez una invocación?"
Yo arqueé mis cejas y
apreté mis labios, consecuencia de que no entendía nada.
"Os seré franco."
Continuó Jörgen. "El cuadro que acaba de caer, simplemente lo interpreto
como una manifestación de alguien que se encuentra presente entre nosotros,
concretamente de la mujer de la foto del cuadro."
"La yaya. Es la
yaya." Dijo mi madre que salió de su eclipse total y se había incorporado
a la misteriosa conversación.
"¿Mi abuela?" Le
pregunté perplejo.
El cuadro es de una foto de
mi abuela en su plena juventud, la madre de mi padre que murió ya hace algunos
años.
"Yo una vez estaba
cocinando y alguien me pellizcó el culo. Pensé que fue tu padre pero cuando me
di la vuelta allí no había nadie. Yo sé que fue tu abuela porque siempre me
pellizcaba el culo de esa manera." Nos confesó mi madre.
"Mamá, ¿tú no hiciste
una güija con tus amigas en mi cumpleaños una vez?"
"Sí, sí."
"Si ya me acuerdo, y
se lo tomaron a guasa."
"Ahí está la causa que
lo confirma todo." Dijo Jörgen. "¿Dónde la hicieron
exactamente?"
"Ahí en la
cocina."
"Justo debajo de ese
reloj." Señalé con la cabeza.
"Hay que limpiar la
casa y cerrar esa puerta." Dijo Jörgen decidido.
En ese momento me sentí
salvado por la campana. Sonó el timbre de la puerta.
¡Menudo día!, abrí la
puerta y allí estaba una pareja de la policía local y detrás de ellos nuestro
vecino Juan.
"Hola, ¿pasa
algo?"
"Nos han llamado por
alerta de un posible altercado doméstico." Dijo uno de los policías.
"¿Los has llamado tú
Juan?" Le pregunté directamente.
"He escuchado a tu
madre gritar desesperada y no es la primera vez. Ya hoy no dudé en
llamarles."
Pensé durante un segundo en
lo que acaba de ocurrir y tenía la gran necesidad de tomarme un respiro e ir a
dar un paseo.
"¡Gracias Juan! Mi madre
está en el comedor."
Les dejé pasar y yo me
largué a dar una vuelta.
Jordi Boldú. Arguineguín, 24 de febrero de 2012.