En algún lugar cerca de Darjeeling, a pie de
montaña, la oscuridad gélida se apodera de un lúgubre bosque hipnotizado por la
Luna. Son alrededor de las cinco de las mañana y el amanecer está cerca. En una
de las ramas de un pino, un imponente búho acecha el estrecho sendero que se
asoma tímido y temeroso entre los árboles. Alertado por unos lejanos pasos, el
búho gira bruscamente su cabeza hacia el origen del ruido y ulula en señal de advertencia. Vigilante avizor. Alguien
se acerca rápidamente y el búho permanece expectante.
Una mujer joven corre sin cesar adentrándose en lo
fosco. Va vestida al estilo tradicional nepalés, con un pequeño bolso atado a
la cintura. Kanchi, de unos veinte y pocos años de edad, es morena, de piel
dorada y grandes ojos azabaches rasgados; lleva su cabello negro urdido en una
larga trenza.
Kanchi corre sin descanso, la angustia le roba por
momentos la razón y la somete a un sentimiento de confusión y desorientación.
No para de mirar desconcertada hacia los lados y perturbada cuando echa la
mirada hacia atrás. Corre asustada dando pasos tercos, peligrando tropezar en
cualquier momento. Se detiene por un instante presa de su cansancio y apoya sus
manos sobre sus rodillas. Respira avivadamente con muchísima ansiedad y vuelve
a mirar hacia los lados, cerciorándose de si está siguiendo el camino adecuado.
Alza su mirada hacia el cielo y observa la Luna, que permanece impasible
siguiendo su recorrido. Media luna protegida por un cielo cubierto de estrellas.
Todos son testigos de su huida.
Un ruido extraño, posiblemente de algún animal
merodeando entre los arbustos, la asusta, y alertada, Kanchi retoma su evasión.
La melodía de su teléfono móvil la sorprende y Kanchi tropieza con una piedra -
inoportuno obstáculo en su camino. Cae al suelo apoyando sus manos sobre la
tierra húmeda y husmea en su bolsito en búsqueda de su móvil. Un tal Shyam le
está llamando y un escalofrío recorre su cuerpo. Kanchi duda en si cogerlo o
no, pero finalmente accede y lo coge pero permanece callada. Se distingue un
agitado murmullo de una voz masculina bastante disgustada. Kanchi no deja de
mover su cabeza de un lado a otro a modo de negación. Agarra el teléfono con
toda su rabia y lo lanza contra un árbol. El gran pino estremece y retumba de
exaltación. Los pájaros, anónimos e invisibles, ocultos entre las ramas, alzan
el vuelo festejando la impetuosa decisión de Kanchi.
Kanchi permanece inmóvil, acuclillada. Frunce el
ceño estremecida mientras los ojos se le humedecen hasta aflorar las primeras
lágrimas de rabia. Llora angustiada pero trata de calmarse cerrando los ojos y
respirando profundamente - la Luna empieza a cantarle una nana.
Kanchi abre los ojos. La Luna ha dado paso al Sol
que satura paulatinamente el bosque y las
montañas. Kanchi está más relajada. Se levanta y emprende su camino, esta vez
más consciente y no tan torpe. Parece no estar perdida y decide no correr pero
si caminar con ligereza.
Kanchi llega a la ciudad y se adentra en las
tranquilas calles. Los comercios están despertando, los primeros chya (té) de la mañana ya hierven en los
puestos callejeros. Las vacas pasean sin ninguna prisa en busca del desayuno y
Kanchi sigue su rumbo hacia la estación de autobuses.
La estación está bastante concurrida. Los motores
de los autobuses rugen aguardando por emprender la marcha. Algunos abandonan la
estación abarrotados de viajantes. Kanchi se acerca a uno de los puestos de
información para preguntar a uno de los hombres.
“Perdone.” Kanchi suena nerviosa e insegura, “¿cuándo sale el próximo autobús?”
“¿El próximo autobús a dónde?” le pregunta atónito
el hombre.
Kanchi aguarda un segundo antes de responder.
“No lo sé.”
“¿A dónde quiere ir mujer?”
Kanchi se detiene presa de su incertidumbre. De
repente, un enorme gato de Cheshire se posa en el mostrador de un salto
maullando dulcemente. El hombre lo asusta y el gato responde furiosamente y se
larga de un brinco.
“No lo sé.” Vuelve a decir Kanchi.
“Ese autobús de ahí sale en diez minutos.” Le
comenta el hombre con clemencia, y señalando con el dedo el autobús en concreto
Kanchi se marcha agradecida.
La curiosidad invade a Kanchi que se vuelve hacia
el hombre.
“¿Y a dónde se dirige ese autobús?”
“Señora, ¡y qué más da! Supongo que no tiene
importancia.” Dice el hombre mordazmente.
Kanchi le observa fascinada.
Jordi Boldú. Nueva Delhi, 31 de julio de 2011.
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